Scotch


Nunca he estado ebrio. Recuerdo la primera vez que tomé alcohol. La música era alta, las faldas eran cortas y la noche era joven. Mis ojos posados en tu cadera y mis manos aferrados a un vaso. Mis labios sólo eran humedecidos por el whisky que por primera vez seducía mi boca virgen. Sensación extraña la de quemazón recorriendo tu graganta por primera vez. Cosquillas. Risas. Manoseo. Muchas mujeres. Pocos hombres. Los demás yacían sentados, embrutecidos, reducidos sus cerebros de por sí pequeños. Reducidos a algo ínfimo. Nimiedades. Otra vez las risas. Empiezo a detestarlas. Mmm. Mi vaso yace vacío. Me acerco a la barra improvisada por dos retrasados mentales. Se dicen gemelos. Tal vez lo sean. Una pena para la humanidad que una mente tan reducida sea clonada naturalmente. A veces no entiendo las leyes de la naturaleza. No importa. Me sirven mi segunda “copa”. Vuelvo al ambiente adolescente. Menos faldas. Más música. Te busco entre las doncellas disfrazadas. Te busco también entre los brazos de algún afortunado. Después de media hora mi búsqueda cesa. Prefiero conseguir lo que sea a nada. Unas piernas lucen mejor que otras. Empiezo a charlar con ellas. Descerebradas. Encuentro un grupo de rodillas femeninas, acompañadas de un par masculinas. Descerebrados. Regreso con los detestables hermanos. El alcohol ya ha hecho mella y no atienden como se debiera. Los detesto más. Agarro la botella y vierto una generosa cantidad en mi vaso. Ni se dieron cuenta. Me lo bebo rápido. Hay una razón para ello. De entre el mar de extremidades, vislumbro las más bellas. Las tuyas. Soy capaz de evadir a la masa humana, decadente y embriagada que nos separa. Doy cinco pasos. Cada vez más cerca. Mi visión se hace borrosa. Mis piernas pierden fuerza. Nunca he estado ebrio. ¿qué pasa? De repente me río estridentemente de un comentario francamente malísimo. Recibo un abrazo de un desconocido como si fuera mi amigo más entrañable. Un flash. Otro más. Antes de llegar a ti voy por otro vaso. Los fabulosos gemelos me sirven mi deliciosa bebida. Vuelvo al ambiente. Ya no importa si no te encuentro entre el mar humano. Ya no me importa. Las faldas se acortan. La música me mueve. La risa estalla. Y entre abrazos y cantos brindamos. Salud. No importa ya nada. Salud. Unos labios chocan con mi boca. No eres tú. ¿Qué importa? Ya ni siquiera te recuerdo. Me siento volando. Aún así. Nunca he estado ebrio...o al menos, eso presume mi madre...

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